La herencia de los inmigrantes italianos en la cultura argentina
Hace un siglo, se convirtieron en el centro del comercio y la industria, y aportaron al mundo académico y político
Por MARIANA IGLESIAS. De la Redacción de ClarínLa Argentina, la otra patria, el destino. Casi cuatro millones de italianos llegaron a estas tierras cargados de ilusiones, con la esperanza depositada en la pampa lejana. Dejaron atrás amores y miserias. Amores y miserias encontraron al llegar. El puerto, el primer hotel, el conventillo, el mercado, el barrio de la ciudad, la colonia del campo. Los inmigrantes tejieron historias de triunfos y fracasos, de encuentros y desencuentros. Estas historias de nostalgias y plenas de recuerdos emocionantes son las que se verán en Tesoros de la Memoria, la muestra del Palais de Glace.
"Ningún país del mundo ofrece mayores ventajas al agricultor y al ganadero. Clima templado y sano, tierras a bajo precio y fértiles, fáciles para trabajar; llanuras vastísimas, cada especie de ganado a precio tan módico como no se consigue en otra parte; grandes líneas ferroviarias; comunicaciones casi diarias con Europa, instituciones iguales a las de Estados Unidos, pero más liberales para los extranjeros, ya que pueden ser propietarios sin comprometer su nacionalidad", decía un Annunzio Ufficiale de mediados del siglo XIX que alentaba viajar a la Argentina.
En el puerto de Génova, familias desgarradas lloraban en los muelles mientras los barcos se llenaban de campesinos del Valle del Véneto y del Piamonte. Habían vendido sus pocas cosas para pagar el costoso pasaje que les permitiría concretar ese sueño de fare l''América.
No eran los primeros italianos que llegaban a la Argentina. Ya en 1536, cuando Don Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires, numerosos italianos participaron de su expedición. Durante el siglo XVIII, también habían venido a estas tierras muchos intelectuales y políticos decepcionados por las monarquías europeas.
En 1751, procedente de Génova, llegó a la Argentina el comerciante Domingo Belgrano y Peri. Sería el hijo de este inmigrante, Manuel Belgrano, quien en 1812, ya convertido en un gran político y militar, crearía la bandera nacional.
Pero la imagen de barcos cargados con cientos de familias hambrientas de progreso empezó en 1850, cuando en Europa se sentían las consecuencias de la Revolución Industrial y el crecimiento del sistema capitalista. Veinte años después, de los casi 2.000.000 de habitantes que poblaban la Argentina, 80.000 eran italianos.
A ellos les habló en 1870 Bartolomé Mitre durante un largo discurso en el Senado: "Los agricultores de Lombardía, del Piamonte y de Nápoles, los más hábiles y laboriosos de Europa, han sembrado los cereales y hortalizas realizando esos oasis de trigo que rompen la monotonía de la inculta pampa. Sin ellos no tendríamos legumbres ni conoceríamos las cebollas y las papas, puesto que en materia de agricultura estaríamos igual que los pueblos más atrasados de la Tierra".
Entre 1888 y 1900 se registró en el puerto la llegada de 602.389 italianos. Y el censo de 1898 decía que en el país ya eran un millón. Para ese entonces, la comunidad había fundado 400 asociaciones. El Hospital Italiano existía desde 1853, la sociedad Unione e Benevolenza se creó en 1858, el periódico "La Nazione Italiana" se editaba desde 1868 y la Dante Alighieri fue inaugurada en Buenos Aires en 1896.
Los inicios del siglo XX también fueron de mucho movimiento en el puerto de Buenos Aires. Entre 1901 y 1906 llegaron 500.000 italianos. Y los desembarcos siguieron. Entre 1870 y 1925 ingresaron 3.000.000. La última ola inmigratoria fue después de la Segunda Guerra Mundial. Se calcula que entre 1946 y 1965 llegaron a la Argentina otros 500.000 italianos.
Se convirtieron en el centro del comercio y la industria, como el genovés José Canale, que abrió su fábrica de bizcochos en 1876 y trajo al país la panificación mecánica. Más tarde, apellidos italianos encabezarían grandes empresas del país: Rocca, Macri, Zanella, Rattazzi, Di Tella, Prati. También se abrieron camino en el mundo académico y cultural. En 1887 llegó José Ingenieros, nacido en Sicilia. Aquí se hizo médico, sociólogo y filósofo.
La impronta del romanticismo clasicista italiano se nota en el Congreso, el Teatro Colón, la Casa Rosada y la Iglesia del Pilar, diseñadas por arquitectos italianos.
"Los hijos de éstos nos gobernarán", dijo Sarmiento. Así fue. En 1943, en el gabinete de Ramón Castillo figuraban apellidos italianos como Culacciatti, Fincatti y Tonazzi. En 1958 Arturo Frondizi llegó a la presidencia, después lo haría Illia.
Dante Ruscica, agregado de prensa de la Embajada de Italia, dice que él es el último italiano que llegó al país, en los 50. Pero la broma sirve para explicar que la comunidad no se ha renovado en los últimos 50 años. En 1980 vivían en el país 488.271 italianos. El último censo dice que son 328.113. Pero si se suman sus descendientes, podría decirse que hay 6.000.000 de personas con sangre italiana en el país.
Por algo en Buenos Aires está el consulado de Italia más grande en el mundo, donde cada día acuden unas 400 personas para hacer trámites y gestionar ciudadanías. Ocurre que hoy, muchos hijos y nietos de aquellos italianos que apostaron por la Argentina quieren desandar el camino de sus padres y sus abuelos. El desencanto los empuja a cruzar el océano para buscar otra patria. Otro destino.
Hace un siglo, se convirtieron en el centro del comercio y la industria, y aportaron al mundo académico y político
Por MARIANA IGLESIAS. De la Redacción de ClarínLa Argentina, la otra patria, el destino. Casi cuatro millones de italianos llegaron a estas tierras cargados de ilusiones, con la esperanza depositada en la pampa lejana. Dejaron atrás amores y miserias. Amores y miserias encontraron al llegar. El puerto, el primer hotel, el conventillo, el mercado, el barrio de la ciudad, la colonia del campo. Los inmigrantes tejieron historias de triunfos y fracasos, de encuentros y desencuentros. Estas historias de nostalgias y plenas de recuerdos emocionantes son las que se verán en Tesoros de la Memoria, la muestra del Palais de Glace.
"Ningún país del mundo ofrece mayores ventajas al agricultor y al ganadero. Clima templado y sano, tierras a bajo precio y fértiles, fáciles para trabajar; llanuras vastísimas, cada especie de ganado a precio tan módico como no se consigue en otra parte; grandes líneas ferroviarias; comunicaciones casi diarias con Europa, instituciones iguales a las de Estados Unidos, pero más liberales para los extranjeros, ya que pueden ser propietarios sin comprometer su nacionalidad", decía un Annunzio Ufficiale de mediados del siglo XIX que alentaba viajar a la Argentina.
En el puerto de Génova, familias desgarradas lloraban en los muelles mientras los barcos se llenaban de campesinos del Valle del Véneto y del Piamonte. Habían vendido sus pocas cosas para pagar el costoso pasaje que les permitiría concretar ese sueño de fare l''América.
No eran los primeros italianos que llegaban a la Argentina. Ya en 1536, cuando Don Pedro de Mendoza fundó Buenos Aires, numerosos italianos participaron de su expedición. Durante el siglo XVIII, también habían venido a estas tierras muchos intelectuales y políticos decepcionados por las monarquías europeas.
En 1751, procedente de Génova, llegó a la Argentina el comerciante Domingo Belgrano y Peri. Sería el hijo de este inmigrante, Manuel Belgrano, quien en 1812, ya convertido en un gran político y militar, crearía la bandera nacional.
Pero la imagen de barcos cargados con cientos de familias hambrientas de progreso empezó en 1850, cuando en Europa se sentían las consecuencias de la Revolución Industrial y el crecimiento del sistema capitalista. Veinte años después, de los casi 2.000.000 de habitantes que poblaban la Argentina, 80.000 eran italianos.
A ellos les habló en 1870 Bartolomé Mitre durante un largo discurso en el Senado: "Los agricultores de Lombardía, del Piamonte y de Nápoles, los más hábiles y laboriosos de Europa, han sembrado los cereales y hortalizas realizando esos oasis de trigo que rompen la monotonía de la inculta pampa. Sin ellos no tendríamos legumbres ni conoceríamos las cebollas y las papas, puesto que en materia de agricultura estaríamos igual que los pueblos más atrasados de la Tierra".
Entre 1888 y 1900 se registró en el puerto la llegada de 602.389 italianos. Y el censo de 1898 decía que en el país ya eran un millón. Para ese entonces, la comunidad había fundado 400 asociaciones. El Hospital Italiano existía desde 1853, la sociedad Unione e Benevolenza se creó en 1858, el periódico "La Nazione Italiana" se editaba desde 1868 y la Dante Alighieri fue inaugurada en Buenos Aires en 1896.
Los inicios del siglo XX también fueron de mucho movimiento en el puerto de Buenos Aires. Entre 1901 y 1906 llegaron 500.000 italianos. Y los desembarcos siguieron. Entre 1870 y 1925 ingresaron 3.000.000. La última ola inmigratoria fue después de la Segunda Guerra Mundial. Se calcula que entre 1946 y 1965 llegaron a la Argentina otros 500.000 italianos.
Se convirtieron en el centro del comercio y la industria, como el genovés José Canale, que abrió su fábrica de bizcochos en 1876 y trajo al país la panificación mecánica. Más tarde, apellidos italianos encabezarían grandes empresas del país: Rocca, Macri, Zanella, Rattazzi, Di Tella, Prati. También se abrieron camino en el mundo académico y cultural. En 1887 llegó José Ingenieros, nacido en Sicilia. Aquí se hizo médico, sociólogo y filósofo.
La impronta del romanticismo clasicista italiano se nota en el Congreso, el Teatro Colón, la Casa Rosada y la Iglesia del Pilar, diseñadas por arquitectos italianos.
"Los hijos de éstos nos gobernarán", dijo Sarmiento. Así fue. En 1943, en el gabinete de Ramón Castillo figuraban apellidos italianos como Culacciatti, Fincatti y Tonazzi. En 1958 Arturo Frondizi llegó a la presidencia, después lo haría Illia.
Dante Ruscica, agregado de prensa de la Embajada de Italia, dice que él es el último italiano que llegó al país, en los 50. Pero la broma sirve para explicar que la comunidad no se ha renovado en los últimos 50 años. En 1980 vivían en el país 488.271 italianos. El último censo dice que son 328.113. Pero si se suman sus descendientes, podría decirse que hay 6.000.000 de personas con sangre italiana en el país.
Por algo en Buenos Aires está el consulado de Italia más grande en el mundo, donde cada día acuden unas 400 personas para hacer trámites y gestionar ciudadanías. Ocurre que hoy, muchos hijos y nietos de aquellos italianos que apostaron por la Argentina quieren desandar el camino de sus padres y sus abuelos. El desencanto los empuja a cruzar el océano para buscar otra patria. Otro destino.
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